Ayer, mientras degustaba un bocata de cochinito con mojo picón, pude ver como un hombre calvo se sacaba un moco descaradamente. No es algo en principio extraordinario, pero me hizo pensar. El tío usó el dedo gordo, y parece que la operación concluyó con éxito, porque después se miró el dedo observando al presunto moco.
La cuestión es que acto seguido probé con mi propio pulgar y... casi no cabía! Ese señor debía tener unos orificios nasales enormes (o quizás un dedo gordo contradictorio, por ser éste fino).
En mi afán por descubrir los misterios más profundos del universo decidí investigar qué dedo se adecuaba mejor a mi nariz. Sin duda el índice era el que más destreza mostraba. Pero el meñique, en conjunción con su uña correspondiente, podía acceder a lugares más recónditos.
Al final concluí que, como casi todo en esta vida, hay momentos en los que hay que introducirse el índice y otros el meñique. También aprendí que cada persona es un mundo, pues hay gente que puede usar el pulgar y gente que, por caprichos de la naturaleza, se tienen conformar con uno más pequeño.